Un fenómeno social
¡Lo ha conseguido! Urtain es ya campeón de Europa, el atleta coronado con el laurel de los triunfadores del ring, el pugilista más vigoroso y potente de esta hora estelar en que el boxeo ha encontrado -¡al cabo de casi medio siglo!- el heredero magnífico del viejo Paulino Uzcudun, en el trono continental de los grandes pesos. ¡Lo ha conseguido, sí! Luchando contra viento y marea, batiéndose a pecho descubierto y sin otras armas que la fuerza exultante de sus músculos de hierro y la irrefrenable agresividad de su espíritu. Urtain ha roto a puñetazo limpio la teoría negativa de los escépticos y sabelotodos –digamos revientaglorias carpetovetónicos- y ha demostrado como a veces la técnica no es el elemento supremo del triunfo en el cuadrilátero…
¡Lo ha conseguido, sí! ¡Urtain ha conseguido vencer a Peter Weiland y coronarse campeón! A los veinte meses de subir por primera vez a un cuadrilátero, y tras tumbar a sus pies a veintisiete enemigos consecutivos…
He salido del Palacio con una extraña sensación de alegría en el corazón. Pienso que hoy, a esta misma hora en que recorro las calles semidesiertas de la ciudad camino del periódico, millones de españoles se sentirán un poco triunfadores con el triunfo de Úrtain. Porque el triunfo es también el triunfo suyo. Porque Urtain, esa fuerza desatada de la naturaleza, ese gladiador de la monolítica estampa, había rebasado los márgenes de la idolatría deportiva para encaramarse, de un ágil brinco, en el pedestal de los ídolos nacionales…y mi pensamiento -¿por qué?- se alarga y detiene de pronto en el remoto caserío guipuzcoano de Irureandi. Allá arriba, en la cumbre verdiazul del monte Ibañarrieta, contemplé una tarde las piedras –las enormes rocas talladas- que sólo un campeón de “arrijazotzales” sería capaz de arrancar a la gravedad de la tierra y echárselas al hombro. Allá arriba, en la cumbre misma del Ibañarrieta, desde donde se atalaya un paradisíaco paisaje (Cestona y el fantasma de Pío Baroja, al fondo del valle; Zumaya y la sombra de Ignacio Zuloaga, en la orilla del Cantábrico), la familia y los amigos del “morrosko” estarán celebrando a esta hora su triunfo sobre Weiland. Y acaso un zagal o un viejo “cashero” se hayan llevado las manos a los labios en forma de bocina, hayan elevado los ojos a las estrellas y hayan lanzado al aire de la noche el vibrante “¡irrintzi!” con que los antiguos vascos rubricaban sus victorias guerreras a la plateada luz del plenilunio. Desde estas páginas, desde este rincón de un periódico que siempre creyó en Urtain, el cronista quiere unir su grito al grito ancestral de una raza que ha dado a España los mejores pesos pesados de su historia.[1]
No exageraba Vadillo un ápice con lo de “millones de españoles” sintiéndose un poco triunfadores con la victoria de “Urtain”. A mis ocho años yo era uno de ellos. ¡Menudo salto di ante la tele cuando vi a Weiland en la lona! Bendita inocencia infantil. Las palabras del boxeador, árbitro y promotor José Luis Sousa, ya fallecido, tras la muerte de José Manuel Ibar: “Yo era muy niño cuando Urtain era un ídolo. Pensaba que incluso podía ganar a Cassius Clay”, perfectamente se podrían aplicar a mí (excepto que le ponía a Frazier de rival). Yo era nueve años más joven que Sousa y ahora soy consciente de que, literalmente, no me enteraba de nada, pero hacía mío todo lo que leía en la prensa.
A través de las páginas de “As”, el periódico que reclamaba a mi padre con ansia cada día cuando volvía de trabajar, había seguido el día a día de “El Tigre de Cestona”, uno de los sobrenombres que la prensa le había dado a “Urtain”. Por eso, cuando tuve en mis manos el número extraordinario de “As” dedicado al asalto de José Manuel al título europeo, lo leí y releí hasta prácticamente aprendérmelo de memoria. Recuerdo claramente dos fotos: en la primera aparecía “Urtain” subido a un árbol, caracterizado de “Tarzán” ¡con zapatillas!; en la segunda estaba el todavía entonces campeón de Europa, Peter Weiland, flexionando su bíceps, generosamente reforzado con trapos. Según supe después, la primera foto pertenecía al rodaje de la película “Urtain, el rey de la selva o así”, de Manuel Summers. En la foto del alemán, éste ni siquiera se había quitado el jersey, pero, claro, ese era el único modo con el que podía aumentar la circunferencia de su brazo. Era, en cualquier caso, una foto humorística, como bien se podía comprobar leyendo el pie de la misma: “Bíceps de carne y trapos”.
Se ha comentado mucho que se buscaba una nueva estrella en el boxeo español, un “nuevo Uzcudun”, pero creo que incluso a los que llevaban la carrera de “Urtain” todo ese éxito les pilló por sorpresa. En lo que a mí respecta, cuando llegó el momento de la cita contra Weiland, de sus primeras peleas recordaba poco, solo que las había ganado todas por K.O. Y por supuesto no sabía que antes había sido levantador de piedras. Si era conocedor de que había derrotado a Toni Rodri (o Johny Rodri, como le nombran en otros sitios) en su primer combate, en Villafranca de Oria, el 24 de julio de 1968, arrojándole literalmente del ring a los diecisiete segundos de que sonase la campana. Una foto, otra más, me había impresionado tremendamente. En ella se veía a Rodri lanzado fuera del ring, en una pose parecida a la de un portero de fútbol en plena estirada. ¿De verdad que existía un hombre capaz de pegar a otro puñetazo tal que lo derribase con esa violencia? Por muy alemán que fuese el campeón, no podía haber un ser humano que resistiese en pie ante esa fuerza de la Naturaleza.
En esos momentos “Urtain” había disputado veintisiete combates. Para sus críticos, lo de “disputar” era un decir. Había ganado todos por K.O. y sólo cinco de ellos habían superado el segundo asalto. En tres de ellos había tumbado a su rival en el tercero, mientras que en los otros dos había tenido que esperar al quinto y al sexto. Muy sospechoso, especialmente cuando se sabía que no había boxeado jamás hasta que, apenas dos años antes había aceptado una propuesta de cambiar el levantamiento de piedras por los guantes. Evidentemente, un crío no podía valorar nada de esto. Para él, con tan impresionante bagaje sólo había una posibilidad: “Urtain” iba a ser campeón de Europa.
Sus veintiocho victorias por K.O., en veintiocho peleas, culminadas con el logro del título europeo, le llevaron a la portada de la revista más prestigiosa de boxeo: “The Ring”. En realidad a algo más que la portada: fue el auténtico protagonista del ejemplar de julio de 1970. Tras el pertinente editorial de Nat Fleischer, que se enredaba en otros menesteres, el primer artículo, firmado por Dan Daniel, venía titulado como “Is Jose Urtain another Paulino?”. La comparación con Uzcudun era inevitable para los estadounidenses. Daniel, tras analizar al Paulino Uzcudun que había llegado a Estados Unidos en enero de 1927 y valorar lo que “Urtain” había hecho hasta entonces, sentenciaba:
“Lanzar en este momento a “Urtain” a un lobo como Frazier, probablemente resultaría en una derrota por KO para el vasco”.
Afortunadamente para mí, por aquel tiempo no tenía acceso a “The Ring”. Ni siquiera leía en inglés. Pero de modo parecido a Sousa, si no estaba seguro de que podía vencer a Frazier, sí que pensaba que podía enfrentarse de modo muy digno a él.
El siguiente artículo de aquel ejemplar de “La Biblia del Boxeo” también estaba dedicado a “Urtain”. Era una crónica de su combate contra Weiland, “Europe rates Urtain second to Frazier as gate attraction”. El autor, J. A. Tree, se mostraba inmisericorde con el alemán, pero también advertía que al español le quedaba mucho camino para enfrentarse con los mejores; además de poner en duda los derroteros que estaba tomando la carrera del “morrosko”.
En los famosos, y muy valorados, “World Ratings” de “The Ring”, José Manuel Ibar se aupaba hasta el noveno lugar en la categoría de pesos pesados (¡por encima de George Foreman!) y, a pesar de que no estaba considerado como el mejor europeo de su peso (le superaba Henry Cooper), era considerado como “el boxeador del mes”.
“Antes de irnos a los rankings”, aclaraba Nat Fleischer, “The Ring ha decidido conceder la mención de Boxeador del mes a Jose Manuel Ibar, quien es conocido como Urtain, un vasco de fuerza prodigiosa”.
Y no acababa ahí “la cobertura Urtain” en ese número de “The Ring”. En una sección titulada “The Latin Viewpoint”, con un artículo escrito en castellano por Pedro Galiana, también se hablaba de él. “Urtain sigue progresando en la clase de los pesos completos” era el título. El autor ponía énfasis en los diferentes puntos de vista sobre el reciente campeón de Europa, que cada vez eran más dispares:
“… Una extensa porción popular le ha transformado en su ídolo, asegurando que ha de llegar donde ha estado Luis Ángel Firpo, el Toro Salvaje de las Pampas Argentinas. Otros le niegan la sal y el agua, considerándole tan solo un hombre muy fuerte y resistente que caerá al suelo, conquistado, tan pronto tropiece con alguien que conozca bastante de las cosas del ring”.
Harry Markson, director de boxeo del “Madison Square Garden” mandó a su hombre de confianza, Teddy Brenner, a España para que viese a “Urtain” en el combate siguiente a la conquista del título. Sus informes no fueron todo lo positivo que era necesario para darle una oportunidad de enfrentarse a Joe Frazier. “Urtain es impresionante físicamente”, dijo Brenner, “recuerda al desaparecido Rocky Marciano. Pero no en su técnica”. Le ofreció a “Urtain” una pelea en el “Madison” ante Floyd Patterson, George Chuvalo o George Foreman, pero:
“Urtain dijo que tendría que ser con Frazier, o nada. Tal y como están las cosas, es nada. Esto es lo que hay en lo que al Madison Square Garden respecta”.[2]
Desgraciadamente, pocos años después se demostró que aquellos primeros combates de “Urtain” estaban amañados (“Comedia Urtain”, García, 1972). Esto les contaba Miguel Almazor, el entonces manager de José Manuel, a Paco Yagüe y a José María García:
“Salimos al ring, la sala estaba de bote en bote y yo con muchos temores de lo que pudiese suceder. Gómez (el auténtico apellido de Toni Rodri) ya sabía que tenía que tirarse, pero en lugar de esperar algún tiempo, cuando le llegó la primera mano se fue al suelo. En realidad, Urtain más que pegarle le empujó, y el rival cayó fuera del ring. Cuando me di cuenta estaba sobre la arena, y como intentaba levantarse, para que la cosa fuese más segura le pisé las manos. La gente protestó. No les había convencido, claro, la forma de producirse el supuesto K.O. Todo había durado diecisiete segundos”.[3]
Tras hacerse con el título europeo llegaron combates de verdad, al menos un puñado de ellos. Superó con grandes apuros su primera defensa del título ante Jürgen Blin., pero el ya entrado en años Henry Cooper, en Londres, le desarboló por completo: derrota por inferioridad en el noveno asalto y adiós a la corona. Solo le había durado siete meses.
Tocaba volver a empezar. Había sido campeón de Europa sin ni siquiera haber disputado el título nacional. Sus mentores debieron pensar que lo mejor era intentar su conquista. Después de imponerse a Copeland en Berlín (descalificado en el cuarto asalto “por simular el KO”), derrotó a Benito Canal en el segundo asalto, también con polémica incluida. Ya era campeón de España. Pero solo consigue un nulo con el veterano Mariano Echevarría en su primera defensa, mientras que el experimentado argentino Goyo Peralta le da una buena paliza en el siguiente combate.
“Cruel combate. Peralta, técnica y veteranía, convirtió a Urtain en un triste muñeco roto. Jurgen Blin, Henry Cooper, Mariano Echevarría y Goyo Peralta. Cuatro nombres y cuatro hitos fundamentales en la fulgurante carrera del “morrosko”, producto tan solo de un desmesurado bluff. Cuatro combates en los que la verdad ha quedado al desnudo. La verdad de una total y absoluta inadaptación del mozo de Cestona para la práctica de este difícil y complejísimo arte de pelear.
Su portentosa e insultante -insistimos una vez más- exaltación muscular de Hércules redivivo de nada o de muy poco sirve para las batallas del ring. Urtain, prodigio de potencia estática, rey de reyes en el primitivismo del levantamiento de piedras es una masa muerta entre las cuerdas del cuadrilátero.
Y así, por cuarta vez, en una pelea sincera, sin trasfondo alguno, ha vuelto a dejar al descubierto -triste realidad- su absoluta ignorancia, su total falta de acomodación para adentrarse por las sendas complicadas del pugilato.
No hemos de ocultar nuestro sentimiento de pena ante el espectáculo que nos ofreció, convertido en un triste muñeco, roto, destrozado por los puños implacables de un veterano peleador que ofreció todo un curso de bien pelear.
Todo estaba resuelto desde el tercer periodo cuando la fatiga de Urtain, su agarrotamiento muscular le dejaron convertido en un blanco indefenso. Acertadísimo el lanzamiento de la toalla. Todo estaba resuelto. Urtain, bravo, como siempre, voluntarioso, pero lejos de él la más elemental medida para plantear y desarrollar una acción eficaz y peligrosa”.[4]
La reconquista de la corona europea ante Jack Bodell en la siguiente pelea, K.O. en el segundo asalto, no es más que un espejismo. Intenta la “aventura americana”, pero esta acaba casi antes de empezar, ya que el portorriqueño José “King” Román le derrota a los puntos en el primer combate. Frustrado el intento de “hacer las Américas”, no le queda más remedio que volver para defender el título europeo. Un viejo conocido, el alemán Blin, esta vez no le da opción. Es el 9 de junio de 1972. Cuatro años después su carrera parece ya finiquitada.
Siguió haciendo combates, aunque a los aficionados nos quedaba la sensación de que subía al ring por las bolsas. Intercaló victorias y derrotas, con palizas señaladas como las que le proporcionaron el argentino Lovell, el italiano Beppe Ros y el hispano-uruguayo Alfredo Evangelista. Aun así, se enfrentó al italiano Dante Canè en una semifinal para disputar el título europeo por tercera vez y le derrotó a los puntos. Viajó a Amberes, en marzo de 1977, para enfrentarse a Jean Pierre Coopman, pero el “León de Flandes” echó el telón al periplo de Urtain en el boxeo.
“Era de esperar. Sus pasos estaban contados y sólo faltaba saber qué noche se detendrían. Quedaba por conocer la última página importante de su historia, la gran batalla final de un gladiador que conquistó adhesiones multitudinarias con su fuerza ciclópea y su temperamento fragoroso, y que hoy se ha eclipsado como una estrella singular en el cielo húmedo y oscuro de Amberes.
Era de suponer y, sin embargo, una pequeña explosión de voces ilusionadas escoltó su recorrido hacia el ring del Palais des Sports:
- ¡Hala Urtain! ¡Aúpa “morrosko”…!
Un grupo de españoles trabajadores en Bélgica, se han citado en el viejo marco de los Seis Días Ciclistas para presenciar el choque de Urtain con Jean Pierre Coopman. (Acaso, tal vez, quizá, quién sabe, a lo mejor el “morrosko”… Todo son conjeturas y castillos en el aire. Pero aquí están los españoles coreando el “¡Aúpa “morrosko”! ¡Hala Urtain!” como el bordón de una copla o el flamear de una bandera.) Y se alzarán sus gritos a cada crochet del español, como el eco recobrado de aquellas voces que corearon -a unos pasos del Palais, en el no menos viejo campo de fútbol- los goles olímpicos de Arrate o de Belauste o de Pichichi, y las paradas olímpicas de Zamora en el verano remoto de 1920.
- ¡Urtain…!
El “morrosko” ha perdido su última gran batalla. Era de esperar. Pero no le ha faltado el aliento de un grupo de españoles, los últimos fieles a una causa imposible, los últimos leales a un guerrero caído con el estoicismo y la serenidad escalofriante de los antiguos “fighters” del ring.
Los inmortales del boxeo que figuran en el “Vestíbulo de la fama”, de Nat Fleischer”. [5]
José Manuel Ibar Azpiazu, nació el 14 de mayo de 1943 en el caserío “Urtain”, de Arrona, un barrio de Cestona (Guipúzcoa). Su padre, José Ibar, había recibido el caserío en herencia del anterior propietario, su padre adoptivo. Casado con Felisa Azpiazu, tuvieron diez hijos. José Ibar fue uno de los levantadores de piedras más destacados de su época, levantando la célebre “Albizuri-Haundi”, una piedra natural que parecía imposible de llevar al hombro hasta que lo hicieron Santos Iriarte “Errekartetxo” y el propio José Ibar “Urtain”.
Los primeros pasos deportivos de José Manuel tuvieron lugar en el “Herri Kirolak”, el deporte rural vasco. Hizo sus pinitos como segalari, pero destacó como harrijasotzaile. Su trayectoria dentro del levantamiento de piedra no fue muy prolongada, pero consiguió marcas notables como las doce alzadas con la piedra cúbica de 187,5 kilos, en tres tandas de cinco minutos (Azpeitia, 20 de junio de 1965), o las 191 alzadas con la piedra cilíndrica de 100 kilos, levantando con una mano, en tres tandas de diez minutos (Azpeitia, 21 de enero de 1968)
Durante varios veranos a finales de la década de los setenta y principios de los ochenta, gente del barrio acudíamos regularmente a las veladas de lucha libre (catch as catch can) que se celebraban en el “Campo del Gas”. Normalmente éramos un número pequeño de espectadores los que estábamos allí, “tomando el fresco”, mientras presenciábamos los combates, pero cuando en 1981, acuciado por las deudas, “Urtain” volvió a subirse al ring como luchador, el “Gas” se llenó hasta los topes. Sus combates se anunciaban a bombo y platillo, pero encima del ring no se le veía como un auténtico “cátcher”. Se exhibió por diferentes localidades, mas su tirón en esta ocasión no dio para mucho.
Abrió un restaurante en Madrid, otro en Benidorm, otro en las proximidades de Córdoba, estuvo como agente de seguridad en una discoteca de Burgos, pero el 21 de julio de 1992, acuciado por las deudas y la depresión, se arrojó por el balcón de su casa madrileña de la calle de Fermín Caballero.
Se escribieron novelas recreando su biografía, “La cuenta atrás”, de Juan Bas, 2004”, obras de teatro, “Urtain”, de Juan Cavestany, 2008, y se inspiraron personajes con pasaje de su vida, como el “Ubambe”, de Bernardo Atxaga, en “El hijo del acordeonista”. La vida de “Urtain” no fue de las que dejan indiferente a nadie.
“El “morrosko” de Ibañarrieta, el barrio de la guipuzcoana Cestona, compuesto por cuatro caseríos y una ermita, no sólo fue el último gran boxeador español del peso pesado, sino el más formidable representante del culto que el pueblo vasco sigue rindiendo a la fuerza muscular, del mismo modo que en épocas pretéritas rindiera homenaje a sus dioses danzando, a la luz del plenilunio, en lo alto de sus verdes y brumosas montañas, donde las brujas celebraban los legendarios aquelarres que describiera Baroja. Urtain -nombre heredado de su caserío- fue el hombre-montaña, el hombre-fuerza, el Hércules moderno transformado en levantador de piedras cilíndricas y cúbicas, como se las viera levantar el cronista hace ya un montón de años. En lo alto de aquel idílico paraje desde el que se contemplan las aguas del Cantábrico, Urtain practicó el “sokatira” y fue un respetable “segalari”. No llegó a “aitzkolari” como su paisano Uzcudun, que abatió centenares de árboles antes de irse a París de las Francias para hacerse boxeador. Pero Urtain fue un deportista rural de primer orden, y de ahí, de su complexión poderosa y de su extensa popularidad, encaminó sus pasos hacia el mundo más dilatado y universal del pugilismo”.[6]
[1] Vadillo, Fernando. “As”, diario gráfico deportivo. Número 724, 4 de abril de 1970. Página 3.
[2] Daniel, Dan. Frazier or no U.S. fight, Urtain insists. En The Ring, agosto 1970.
[3] García, José María. “Comedia Urtain”. Publicaciones controladas, S.A. Madrid, 1972.
[4] García, José María. “Comedia Urtain”. Publicaciones controladas, S.A. Madrid, 1972.
[5] Vadillo, Fernando. “Los últimos leales”. En “As. Diario Gráfico Deportivo”, domingo, 13 de marzo de 1977.
[6] Vadillo, Fernando. La última caída del “morrosko”. En “As. Diario Gráfico Deportivo”, miércoles 14 de octubre de 1987.
Para mí fué el mejor boxeador español