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La magia de la fuerza física me atrapó desde niño. Me atraían los boxeadores (“Urtain”, Frazier) y los luchadores de catch (“Hércules Cortés”, Chausson). A los primeros podía verlos a menudo por televisión, a los segundos ni eso. Generalmente eran pesos pesados los que más me gustaban, sería porque rezumaban fuerza por los cuatro costados, aunque, sobre todo en boxeo, había de todo: desde finos estilistas, como Pepe Legra, hasta duros fajadores, como el gran Tony Ortiz; pasando por otros como el imbatido Agustín Senín.

En realidad, tampoco fueron los primeros. Cuando tenía clase de religión me quedaba embobado escuchando la lucha de Sansón con los filisteos. Una de las lecturas que más repetía, procedía de una colección de libros que mis padres nos habían comprado titulada “El mundo de los niños”. En el tomo dedicado a “Hombres y hechos famosos” había una segunda parte llamada “Mitos y leyendas”: allí estaban resumidos los trabajos de Hércules que casi me sabía de memoria. También leía “El Capitán Trueno” y, más tarde, “El Jabato”. Sus músculos me parecían de otro mundo, pero lo de “Goliath” y “Taurus” era otra cosa (me gustaba más el último, era “más serio”); aunque eran más rudos y, ya sé, menos inteligentes que sus “jefes”, eran auténticos colosos de la fuerza. Y sin pócimas mágicas, ni superpoderes especiales.

Después llegaron las escasas imágenes de Alexeev que pude ver por televisión, el curso “Sansón-Institut” que pagaron mis padres, la admiración por Pedro Visedo (estar como él era imposible, pero ¡había que intentarlo!), las mancuernas compradas en “La Flecha de Oro”, las visitas al kiosco de Julián para comprar “Fuerza y Vigor”, los primeros campeonatos de culturismo que presencié participando el propio Pedro y mi vecino Antonio Campos, mi inscripción en el gimnasio “Muvia”, el powerlifting…
El powerlifting ha representado mi principal preocupación deportiva durante los últimos cuarenta años, desde finales de 1980, cuando decidí entrenar para el Campeonato de España de 1981. Mi inquietud como entrenador me hizo mirar, en un momento u otro de mi vida, también a otros deportes (halterofilia, pruebas tipo “hombre más fuerte”, levantamiento de piedras, tiro de barra). He intentado conocer todos ellos a fondo, entrenarlos, trabajar con deportistas de estas especialidades; cómo no, también he admirado a algunos de sus practicantes.

Con esta sección “Personalidades de la fuerza” pretendo hacer un modesto homenaje a algunos de estos colosos. No quiero decir que sean los hombres más fuertes del mundo. Están entre ellos, sin duda, pero he conocido a algunos (Lamar Gant, Andre Stasznacek, Kirk Karwosky) y he sabido de otros (Yuri Vlasov, Jon Pall Sigmarson, Anatoli Pisarenko, Paul Anderson) que entrarían con todo merecimiento en esa hipotética lista. Dos son las razones por los que he escogido a los que están aquí: la primera, su fuerza; la segunda, que por una u otra causa han dejado huella en mí. A alguno de ellos sólo lo he podido conocer por fotografías, pero eso no es un obstáculo para que se pueda admirar a alguien. Por sus obras los conoceréis.